Blogia
makandal

Rojo

Rojo, como el infierno, doloroso como la realidad. ¿Quién dijo que el infierno es rojo? ¡Obvio que es rojo, por eso los comunistas se van al infierno! Dijo María que aún recordaba su clase de catecismo. ¿Quién dijo eso? Insistió Fernando. El padre José, dijo María, el siempre dice que los comunistas se van al infierno porque no van a la iglesia.

Rojo, como el infierno, como la camiseta de Independiente, dolorosa como una goleada ante Racing. ¡Tenés que trabajar Cachito! Sentenció doña Tita y no hubo apelación. Fernando, que a los ocho ya era Cachito cambió el lápiz y el cuaderno por el balde de albañil. Dura tarea para un chico. Mal paga, demoledora para su cuerpito esmirriado. Así el Cachito comenzó una carrera que vería su cúspide a los 23, cuando empezara a trabajar como albañil, en vez de ayudante.

Rojo, como el infierno, como la bandera del partido, dolorosa, como la suerte de los compañeros. A los dieciséis se afilió, de la mano del Beto, el le lleno la ficha y lo llevó a las primeras reuniones clandestinas, después de largas charlas. ¡Qué tiempos aquellos! El Beto estaba convencido que los pobres, proletarios decía el, iban a ser los que mandaran. ¡Pobre Beto! ¡Qué iluso! Pero era lindo oírlo hablar, encenderse y arengar a la gente. Después… bueno… todos sabemos lo que le pasó al Beto. Después… ¿para qué hablar de eso?

Rojo, como el infierno, como el vino de cada tarde, doloroso, como despertar con resaca. Tenía veintiséis cuando la mala. ¡Diez años de partido!0 y de repente la noche. Beto aviso que pasaba a la clandestinidad, como mi responsable me aconsejo lo mismo. Muchos compañeros del partido se tabicaron. Algunos pasaron a la clandestinidad, otros directamente salieron del país. El Cacho se quedó. ¿Adónde iba a ir?

Rojo, como el infierno, como el rostro de la vergüenza, doloroso como la verdad. En aquellos años el Cacho empezó a pasarse con el tinto. Es que de a ratos, solo de a ratos, y estando bien borracho podía olvidar el horror. El Beto, la China, el Boli, el Cabezón Acuña, el Alemán Schultz, todos corriendo la misma suerte. La pregunta lo rondaba todo el tiempo en la cabeza: ¿para cuando le tocaba a él? ¿Será esta noche? ¿Mañana? Salía de la obra y se iba para La Luna, ahí dejaba casi todo lo que ganaba en la changa y después, tarde, al rancho a dormir. Casi inconsciente, insensible, incapaz de pensar o coordinar. ¡Otra noche! ¡Otro día! Uno más.

Rojo, como el infierno, doloroso como la vida. A los veintinueve le dijo a la Negra de irse a vivir juntos y nueve meses después nacía el Juancito, y la Carmencito, la Laura, el Roberto y el Carlos. En escalera. Los chicos le hicieron olvidar los miedos, pero no la costumbre de visitar La Luna cada tarde, al salir de la obra y llegar a los tumbos a la casa. Doce años vivieron juntos con la negra. Un día, cansada de los golpes y la miseria, ella se fue. Agarró sus cuatro trapos y los críos y se fue. Nunca más supo el Cacho de ellos. Alguien dijo que se había ido a la provincia.

Rojo, como el infierno, como el cielo antes de las tormentas bravas, doloroso, como las traiciones. Hacía mucho tiempo que el Cacho no conseguía trabajo ni en las changas, su físico, minado por la vida destemplada y el exceso de alcohol ya no tenía fuerza ni firmeza para trabajar. Solo el Ruben, de vez en cuando, lo llevaba de ayudante. Pero tampoco tenía mucho trabajo el Ruben, ¡si vivía mamado! El pelo largo y blanco de canas, la barba crecida, el cuerpo flaco. El Cacho era una mezcla entre Marx y el Quijote. Después de algunos vinos se le daba por hablar incoherencias. ¡Que los oprimidos, que la revolución! ¡qué el gobierno del pueblo! ¡A quemar las iglesias y distribuir la riqueza! Arengaba a la cohorte de borrachos. Hablaba del tal Beto y de la China y muchos más que nadie recordaba (o preferían no recordar) y al final se enojaba y empezaba a pelear. Los otros borrachos lo echaban a la calle y solo el Ruben, vaya a saber porque, borracho perdido como el, le hacía el aguante. Entonces cruzaban las calles de tierra del pueblo, el campito, las vías y se iban a lo de con Tomás a seguir tomando. A veces no llegaban. De tan borrachos se caían por el camino y amanecían entre los yuyos, todos meados y vomitados.

Rojo, como el infierno. Así vio todo el Cacho. De repente esa luz que encandilaba, y el ruido, a huesos, y la bocina infernal… El Ruben miraba desde el costado sin poder terminar de subir por la mamúa y el que lo llamaba sin ningún resultado. Esa luz que avanzaba, como la vida, muy rápido. ¿Me vendrán a buscar? Pensó. Miró una vez más al Ruben y le grito algo que ninguno de los dos entendió y de pronto…

Rojo, como el infierno, no veía nada, no escuchaba nada. ¡Todo rojo! Un huracán violento lo levantó en el aire y el cuerpo rebotó sobre los pastos. La luz siguió su paso. El brazo le dolía y la cabeza y la espalda. Como en tantas mañanas de resaca la vida le caía encima con toda su crudeza. Esa gente lo miraba como a un mono, todos parados a su lado. Casi no se podía mover. Los pibes corrían alrededor suyo como tantas veces. ¡Don Cacho, Don Cacho! Gritó la paraguaya del almacén. Alguien al lado anotaba en un papel cosas que preguntaba. Quiso levantarse pero le dijeron que se quedara quieto. Igual quiso levantarse pero no pudo, el cuerpo le dolía y no respondía. ¡Debía estar muy borracho! El Ruben, ¿cuando no? Se cayó al lado suyo de cabeza. Las licuadoras llegaron dando vueltas y soltando su pito. Alguien a quien no conocía se agachó a preguntarle algo. No lo entendió. Le contestó una frase que ni el mismo supo comprender. Lo subieron a la camilla y pensó que se iba a desmayar por el dolor. Volvieron a insistir con las preguntas. ¡No los entendía! Cerraron la puerta y la ambulancia se puso en marcha. Atrás quedaban el Ruben, tirado entre los pastos, borracho perdido; los vecinos, alborotados como un hormiguero antes de la lluvia; el tren, extrañamente inmóvil en medio de la barriada y los pasajeros yendo y viniendo, también el patrullero. Cerró los ojos una vez más, veía todo rojo, como el infierno, como la camiseta de su Independiente, como el cielo antes de las tormentas. Pensó en el Beto ¿dónde andaría ahora? ¿En el cielo o el infierno? Y se acordó de María…

                                                                                                                                                                                                   O. W.

2 comentarios

Anónimo -

Perdon, confundi a Maria con la Negra . En realidad entiendo cuando nombra a Maria , hace contacto con la realidad , esta viviendo el rojo de la antesala del infierno , siente que ese puede ser el final...Pido disculpas pero no encontre la forma de enmendar mi error en el comentario anterior , me gusto mucho .

silvia -

...Me gusto.... especialmente el final...y se acordo de Maria , lo unico rojo palpable...rojo de un verdadero amor que se encargo de matar , para dejarlo en el recuerdo como el resto de la gente , rojo como las heridas que no cierran y no hay forma de currar... me dejo en rojo... :-)