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makandal

El viejo del andén

La llovizna lo penetra todo, humedece hasta el alma en esta madrugada primaveral y oxida pacientemente hasta el corazón. Desde su alojamiento cinco tetras, Federico, mira con desdén el ir y venir cansino de pasajeros resignados a su suerte de pasar a aquella hora, en aquel día, en aquel tren.

Cada tanto, muy de cuando en vez, algún par de pies distinto pisa el cemento con ganas, con seguridad, como para someterlo. Son tan raras esas ocasiones que Federico se asoma, cuando ocurre, a ver al portador de esas pisadas.

*         *           *

Federico es un filósofo urbano. Un caballero andante. Sin armadura, por supuesto, porque sería muy rápidamente corroída por la lluvia ácida. Vive fuera del sistema y de la ley por decisión propia. No respeta ni reconoce autoridad ni dios. Vive para ser libre y por placer, solo por placer, estudia a los hombres. Cómo miran, caminan, hablan, gesticulan, saludan al pasar.

Temprano, a la mañana se da una recorrida por su territorio en busca del alimento que le tributan, como a un semidios, los buscas del andén; facturas de ayer, chipá, una porción de pizza algo para engañar al estómago y afrontar el día junto a su te caliente y amargo, como, según dice, se toma el te.Al ocaso recorre el lugar en busca de monedas y de algo de charla con la gente. A veces, algún extraño conocido lo para y le da lata, y después de un par de horas le da unos billetes para el olvido. Otros, pasan a su lado y por su forma extraña, y harapienta le dan unas chirolas que recibe con desprecio. Cuando oscurece se cruza hasta La Luna y se toma un par de tintos bien cargados, discute con los parroquianos y después se va hasta el almacén del gallego y se compra un par de tetras y un pedazo de queso o un caldo en cubo y un pan y vuelve despacio a su cubil.Nadie sabe cuantos años tiene Federico, ni puede asegurar que ese sea su nombre. Su pelo largo, muy largo y con rastas naturales aclarado por las canas y la mugre y su barba tan larga como su impertinencia hablan de muchos, pero... cuántos.Imposible saberlo.Federico no habla mucho con la gente, más bien masculla, y solo de vez en cuando encuentra la magia en un saludo que abre el cerrojo de su desinterés.¡Y entonces sí! Su boca dispara palabras por doquier. Sus opiniones son ráfagas, sus recuerdos aludes de imágenes, detalles, hechos. Habla de Palacios, Barceló, Perón, Balbín, Mario y de un tal Oliverio. Recita brillantes poemas escritos en ningún papel y sus ojos se encienden, se iluminan como estrellas, brillan con pasión. Habla del mundo posible, del hombre nuevo, habla como un poseído del Amor; no del amor carnal, del amor humano, de la fraternidad. 

Sabe de que habla, se nota en su aplomo, en la seguridad de sus expresiones se adivina formación.Cuenta historias de seres que fueron gigantes, adelantados, vanguardia. El brillo de sus estrellas se va opacando, amorosamente, y cuenta historias de locos, de visionarios, de revolucionarios.
Recuerda a Jacobo, el amigo poeta que murió entre sus brazos. Le asesinaron el alma, cuenta, y recuerda los electrochoques, las duchas heladas, los vejámenes y apaleos, las sobredosis, la medicación.

¡Jacobo es el mayor poeta nacional! parece exagerar, y recita unas líneas que congelan la sangre con su inflamada verba de una vitalidad incomparable. Habla de Pedro, que se cargo a once milicos para zafar de una emboscada a su rancho. Pedro era capitán, recuerda, el lo conoció bien. Después de cargarse a los once, y con tres plomos encima, estuvo siete días tabicado en el caño de un cruce de calles. ¡Siete días! ¿Te imaginás? ¡Sin comer! ¡¡sin cobertura de la orga!! ¡¡¡sin tomar nada!!! ¡¡¡¡¡ni ver la luz del sol!!!!!

¡¡¡¡¡¡HAY QUÉ ESTAR!!!!!! Casi grita.

Cuenta que conoció a Pedro  y su historia cuando salió de aquel caño. Por pura casualidad, como podía haberlo encontrado cualquiera. Deliraba. Sus heridas estaban infectadas y la debilidad apenas si le permitía sostener su cuerpo y sus armas en un acto ciclópeo. Lo impresionó aquel hombre.Muchos días tardó Pedro en recuperarse del shock. En sus febriles sueños deliraba y repetía siempre los mismos nombres: Gretel, Jorge, Ana. Y siempre las mismas preguntas: ¿Dónde están? ¿Adónde los llevaron?
Al cabo del tiempo la fiebre atemperó y hasta la debilidad extrema  fue superada.  Aquellos días Federico se convirtió en el ángel protector de Pedro, y dejó de fumar y beber para comprar mejores alimentos. Con los días se hicieron amigos, entrañables amigos. Allí, Pedro le contó de su militancia, que era capitán, que habían hecho un operativo gigante y habían cercado el rancho, que Ana, su compañera, había sido herida en las piernas y no pudo escapar. Que esperaba estuviera muerta, y le contó de la aberración de la tortura, de Gretel y sus ojazos inmensos y de los pocos meses de Jorgito. Que habían protegido a los pibes como pudieron, que no les dieron tiempo a nada. Que eran más de treinta contra ellos dos solos. Que a cinco o seis se los cargaron de entrada. Que una ráfaga de ametralladora prácticamente había seccionado las piernas de Ana antes de decir agua va. Que después de resistir toda la tarde, cuando oscureció, algún vecino gamba, o simplemente la fortuna hizo que se cortara la luz y que en ese momento, con todos los fierros encima, se despidió de la flaca y salió a matar o morir. Que está seguro que despachó a diez u once y ganó el descampado con la complicidad de la luna que no había querido colaborar con los asesinos. Así llegó hasta el caño del cruce de calles sin saber cuanto tiempo estuvo ahí.

*        *        *

Las estrellas terminan de ahogarse y calla. Ya no vuelve a hablar, y tosco, se va caminando despacio con la mirada perdida en el piso.
Da algunas vueltas y se mete en su habitación, bajo el cemento del andén. Con furia y tristeza da vueltas y vueltas, ordena sus bienes, mira pasar la gente con desgano. Una cafetera negra por el tizne, una cuchara, un libro de Dalton, amarillo y gastado, otro de Bakunín, más gastado y amarillo todavía, un recorte también amarillento de Crónica con la foto de un hombre muerto, un tal Pedro Quijano, y una medalla del Che manchada con sangre.                                                                  

                                        Oscar Weidl

9 comentarios

silvia -

Me quedo con una frase ...asesinaron el alma....Algunos sobrevivieron , pero todavia estan buscando el camino para estar arriba del anden.. buen relato , me gusto , fotografia de un pedazo de realidad...

indianala -

Maravillosa historia, Oscar!

Todos los héroes estarán bajo el cielo de asfalto??

Un abrazo :)

Ferip -

No...no funciona.....

Feripula -

Mañana vuelvo...estoy haciendo el control del que hablamos ;)

MORGANA -

Cuántas personas hay así¡¡¡
Yo conocí a una mujer, pero todo el mundo la tomaba por loca, no volví a saber nada de ella y ahora ni tan siquiera sé su nombre.
Maravillosa tu narrativa.
Besos

ADAL -

NO ES UN CUENTO OSCAR , ES REALIDAD PURA .
HEMOS CONOCIDO PERSONAS ASÍ .

EXCELENTE NARRATIVA AMIGO .

UN ABRAZO

ADAL

T12731500030001 -

zelerias

glauca -

Historias de vida y muerte, de sueños y fracasos que se escurren por entre el asfalto...confundiéndose!

Safiro en septiembre -

Hay Oscar...
Esos seres que habitan ésta ciudad!
No sé si lo conociste o si es fruto de la imaginación, pero que los hay...los hay!.
Es una hermosa historia, dura. Exelente narración...
Yo publiqué la Dama del parque. La ví, pero no indagué...me inspiró respeto, y no supe a quien preguntar.
Después vuelvo por los demás cuentos
Un abrazo